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8 abr 2012

Llueve...


No me gusta la lluvia.
No me gusta que al andar se me mojen los zapatos, los bajos del pantalón y, por ende, los pies.
No me gusta la lluvia por que es incómoda
y molesta, y fría, y húmeda.

No me gusta la lluvia
y no me gustan los paraguas.

Odio ese maldito invento anticuado
me indigna pensar que el ser humano
es capaz de clonar células y no es capaz
de mejorar un aparato absolutamente inútil
y que, para más inri,
tiene la fea costumbre de quedarse olvidado
en cualquier parte sin mi consentimiento.

No me gusta la lluvia sobre todo
porque cuando caen las gotas por fuera,
me inundo por dentro.
Se me derraman los estanques de penas,
y me rebosan los almacenes de olvidos.
Entonces se me escapan los pensamientos innombrables
y flotan por entre mis huesos
aferrados al gris madero del presente.

Por eso temo los días de lluvia...
aunque no siempre me sucede tan terrible ahogamiento,
sólo cuando la trastienda del subconsciente
está pidiendo a gritos hacer inventario.

En estos casos, siempre empiezo por lo tangible:
tiro fotografías, borro mensajes,
evito olores, colores, canciones... y malgasto tinta.

Es un primer paso sencillo
que no requiere más que una pizca de orgullo,
una cucharadita de cabezonería
y una chispa que desencadene el incendio.

Todo se quema,
pero la pena subsiste,
impertérrita,
desafiante y hasta divertida
viendo cómo trato de engañarme
sin éxito.

8 de diciembre de 2003

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