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8 abr 2012

Burdeos, ciudad de acogida




Llevo casi seis años viviendo en Burdeos (Francia) y siento que he contado la historia de cómo llegué aquí cientos de veces. Sin embargo, nunca es el mismo relato : siempre hay un detalle que cambia, una motivación nueva que se descubre, un punto de vista diferente… y es que las personas cambian mucho en un lustro más aun, si se me permite, cuando uno está lejos de « su casa ».

Más que una razón para marcharme, lo que a mí me sucedió es que comprendí a tiempo que  « marcharme » era MI razón. Tenía 23 años y una vida bastante bien encaminada en Granada. Sin embargo, en el fondo sabía que quedarme en aquella ciudad era tan sólo una de tantas posibilidades, una de tantas vidas a mi alcance. Trasladarte a otro país, aprender otra lengua (una de las principales motivaciones de la mayoría de gente que emigra), conocer otras gentes, entender otras sociedades… todas esas inquietudes crecieron siempre conmigo, desde pequeña. Quizás porque antes de cumplir 9 años, mi familia y yo ya habíamos dejado un trozo de vida en Madrid, en Lugo, en Vigo y en Málaga… hasta llegar a Granada, al Barrio Fígares, el barrio de mis abuelos y la ciudad donde nací.

El caso es que un 9 de septiembre de 2005, me monté en el coche con una amiga y dejé atrás España, rumbo a Burdeos. Yo en un principio había pensado en irme a un país anglófono, por eso de que el inglés es imprescindible en nuestros días pero el azar, el destino o como quieras llamarlo, me cruzó con un camino que desembocaba en la Garonne. Me instalé con la intención de conocer, de probar como me sentaban los nuevos aires y si descubría que aquello no era para mí, siempre habría tiempo de volver a Granada o elegir otra ciudad, otro país. Poco a poco, me hice a la ciudad, a sus calles, a sus gentes, a sus vinos (no olvidemos que se trata de Bordeaux) y a su vida, que acaba por ser también la tuya.

Tras un tiempo de integración (linguística y social), completé mi carrera de periodista con un Master en Gestión Cultural lo que me puso en contacto con el sistema universitario francés y enriqueció mi « experiencia » en el extranjero al cambiar mi estatus social de « inmigrante » a « estudiante ». La mayoría de la gente suele hacerlo al revés (o mejor dicho « al derecho »), se van a otro país con una beca Erasmus o Leonardo y después se quedan y tratan de incorporarse al mundo laboral.

Al terminar la formación, viví en carne propia la fragilidad del mercado laboral dentro del sector cultural (no me gusta eso de la « industria cultural ») donde la mayoría de puestos son precarios o directamente no cuentan porque los cubren con becarios. Como sucede, por cierto, en muchísimos países más, incluido España. Así que viendo el panorama (y con la crisis, etc.), un grupo de amigos « activistas culturales » decidimos montar nuestra propia productora asociativa en 2008, Guakismo Prod.

A la pregunta de cómo valoraría mi experiencia, tendría que responder que toda mi percepción del mundo ha cambiado, que no me he arrepentido ni un sólo día de haber dado este paso, que sentirse « extranjero » es una de las vivencias que más y mejor influyen en el desarrollo de una persona, que aprender del otro y, sobre todo, de uno mismo hace estallar nuestros prejuicios, nuestros estereotipos (los propios y los ajenos). No creo que emigrar sea el camino de la felicidad para todas las personas pero sí creo que nos iría mejor como sociedad si todos viviéramos alguna vez en carne propia lo es ser « extranjero ». Lo que sí recomiendo encarecidamente es que no tengamos reparos (generalmente basados en ideas precocebidas) en sopesar la posibilidad de incluir otro país en nuestro abanico de posibilidades.

Ser « extranjero », no nos engañemos, es también partir con desventaja. Teóricamente, todos tenemos los mismos derechos y deberes, pero en la práctica la mayor parte del tiempo no es así. Mientras que un inmigrante tiene que adaptarse al medio, los « nacionales » ya lo dominan (han crecido dentro) lo que les proporciona una ventaja inicial clave.

Personalmente, mi « talón de Aquiles » sigue siendo los trámites administrativos, que en Francia requieren de mucho tiempo y mucha paciencia (en España también, aunque creo que los galos en esto se llevan la palma). Dentro de una Europa que nos presentan como « una », no existe nada más obtuso para un extranjero que el « papeleo ». Tengo una anécdota del tema que parecía un chiste si no lo hubiera vivido en persona : Mi marido es chileno y cuando  estaba tramitando su residencia en Francia explica a la funcionaria de la oficina de inmigración de la Prefectura francesa que está casado con una española, señalándome a mí que estaba a su lado en la cola. La señora se vuelve hacia mí y me pregunta : ¿y dónde está su visa ? Yo, sorprendida y con la duda de si había entendido bien la pregunta, le contesto : « es que yo soy española ». « ¿Y eso qué ? » me responde impaciente la persona encargada de tramitar las demandas de residencia de la administración. « Pues que desde que España pasó a formar parte de Europa, los españoles no necesitamos visa para residir en Francia… », respondo yo molesta. « Ah, no lo sabía… » me contesta y claro, yo no podía creerlo e insistí: “¡¡¿Quiere decir que lleva más de 20 años pidiéndole la visa a los españoles ?!! ¡¡¿y usted trabaja en el servicio de inmigración ?!! » Ni que decir tiene que no conseguimos avanzar mucho los trámites ese día y que tuvimos que volver. Afortunadamente nos atendió otra persona, mucho más agradable y preparada.

En cuanto a la nostalgia, a la « morriña » que dicen los gallegos, pues de vez en cuando te visita, claro. En mi caso, más que al país o a la ciudad, extraño a la gente, a la familia, a los amigos. Después, las tapas, las terracitas, el sol, la alegría de mi tierra pues me falta aveces pero no siento como si la hubiera « perdido », sé que está siempre allí… a 1.200 km. Por eso cuando uno regresa, aunque sólo sea unos días, es como si se volviera a enamorar de todo eso que un día se nos quedó pequeño y decidimos abandonar por un tiempo, por unos años, por una vida quizás…  

3 comentarios:

Maripi V dijo...

He llegado a tu blog por casualidad y me acaba de encantar esta entrada. Tengo 23 años y estoy en Francia con una beca de trabajo, mi francés es bastante malo pero, al igual que tu, pienso que es totalmente necesario salir de nuestro país, sentirse extranjero, conocer costumbres, en definitiva: aprender!!
Muchísimas gracias por haber escrito esto, no sabes cuánto me ha llegado!

Unknown dijo...

Gracias a ti Maripi, no sabes cuánto me llega a mí el saber que mis letras ayudan o reconfortan a alguien. Mucho ánimo y suerte para la aventura vital que estás emprendiendo pues yo sé bien que no es fácil y no te preocupes demasiado por el francés, el movimiento se aprende andando o más poético: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar", que dijo el maestro.

Unknown dijo...

A mí también se me quedaba pequeña mi ciudad, el mundo que había conocido hasta que me fuí a Londres, así que puedo comprenderte muy bien. La necesidad de horizontes y de experimentar la aventura de dejar tu nido. Reflejas con humor cómo se siente uno cuando es extranjero y en tierra extraña. Deliciosa lectura, mil gracias.