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15 abr 2012

ELVIRA


Durmiendo en una ciudad extraña, con un extraño, en una casa enorme cuya historia no necesitaba conocer... pero conocía. A Elvira siempre se le iban las cosas de las manos. Su psicóloga había tratado de ayudarle a superar sus problemas con una palabra que todo el mundo utiliza sin conciencia de su importancia pero que ella era incapaz de pronunciar : « NO ».

- « Evidentemente no lo logró », se lamentó la joven.

De larga y ondulada cabellera rojiza y tez clara, Elvira era considerada una mujer actractiva. Aveces, incluso más de lo que ella desearía. Cuando caminaba por la calle podía sentir cómo las miradas hambrientas se posaban en sus miembros, sobre todo en los más protuberantes. Aquellos ojos ávidos no solían alterar sus pasos pero eso sí, Elvira no consentía las faltas de respeto y, para ella, cualquier interpelación lo era. Resultaba curioso contemplar la fuerza que era capaz de canalizar para responder a los « cumplidos » de los sempiternos obreros, mientras que se comportaba como una gata acorralada cuando cualquier conocido le ponía en el trance de tener que decir : NO.

Una educación basada en la cultura y en la preocupación por el otro la habían convertido en una mujer ilustrada, pero con profundos y serios conflictos internos. Por un lado, disponía de todas las armas necesarias para salir a la lucha diaria ataviada con el disfraz de una mujer liberada, inteligente e independiente. (Nunca pensó que este « traje » pesara tanto). Sin embargo, por otro lado, se dejaba convencer constantemente incluso por encima de sus propios deseos.

Con los hombres había vivido toda clase de situaciones relacionadas con « su problema ». Noches de alcohol y soledad en la que, invitablemente, trataba de apresar la vida enroscada en el cuerpo de alguien, de cualquiera. Noches de melancolía en las que era incapaz de negarse al abrazo de ese eterno ex-marido irresponsable, inmaduro, interesado e irresistible.

- « Bueno, el caso de Martín es especial », se justificaba Evira. « Él conoce mi debilidad y es eso lo que le hace único ».

Elvira pensaba en todo esto mientras su acompañante de las tres últimas noches se afanaba en encontrar « esa maldita caja de condones que tenía (seguro) guardada en alguna parte ». Por un instante, sus grandes ojos verdes se giraron para analizar el cuerpo desnudo solo entrevisto por la tenue luz de las farolas que atravesaba la ventana aquella noche.

- « No está mal. Culo prieto, barriga plana, brazos fuertes (sin caer en la vulgaridad del gimnasio)... un siete », se pronunció tras el examen ocular.

No le preocupaba lo más mínimo si el tipo era capaz de encontrar los preservativos o no porque sabía que, de todas formas, iba a acabar accediendo a sus deseos de penetrarla « a pelo ». Pero eso él lo desconocía así que continuaba balbuceando el eterno monólogo que tantas veces Elvira había tenido que escuchar : « Estoy seguro de que tenía una caja aquí mismo... ha tenido que ser mi hijo, está en la edad y tengo que andar siempre escondiéndolos ».

Elvira quiso detener la ridícula perorata con un beso, pero aquel hombre parecía realmente turbado. No era muy común para ella y, la verdad, tampoco estaba muy segura de preferir ese posible alivio ya que ahora se veía abocada a tener que intervenir, a decidir si la noche se decantaba entre el SÍ y el NO. Viniendo de Elvira, la respuesta parecía evidente, aunque no por ello más sencilla. Ella no quería que él pensara que era « de ese tipo de mujeres » que lo hacen sin condón. La verdad es que si nos ateníamos a los hechos lo era, con matices, pero lo había sido muchas veces... demasiadas.
Él regresó a su lado y, para entonces, la líbido de Elvira ya había naufragado en los inmensos mares de su mente. Él tampoco parecía muy interesado en retomar la conquista pues se derrumbó junto a ella sin rastro de decepción en sus ojos y comenzó a acariciarla inocentemente. Ella correspondió con una sonrisa de la que colgaban una pizca de sorpresa y un manojo de curiosidad.

Después de tres días de citas superfluas que invariablemente acababan en la cama, había llegado el momento de « la conversación », de indagar al otro, de mostrar las cartas. « No tengo jugada aún » comenzó a angustiarse Elvira. « De hecho, no tengo ni un solo As en la manga ». Estaba completamente desprotegida, desnuda... y esa sensación empezó a paralizarla.

Él continuaba mirándola fijamente (Elvira odiaba cuando la gente la contemplaba de esta manera porque nunca sabía qué cara poner) y, tras un profudo suspiro, le dijo : « Eres la mujer más linda que he visto en mi vida ». Elvira quedó muda, quieta y fría. No quería responder (de hecho, no se le ocurría nada que contestar a eso) pero sabía que no podía permanecer mucho tiempo más en silencio...

- « Eres un encanto », alcanzó a decir justo un segundo antes de que aquel silencio los enterrara a los dos.

Él recibió el cumplido con una sonrisa que Elvira no supo interpretar. « ¿Estará defraudado ? ¿Habrá entendido que eso es lo único que puedo decirle ?... » No estaba muy segura de haber reaccionado correctamente, pero estaba demasiado cansada y angustiada como para pensar en todo eso. Así que decidió que aquella sería la última noche. Al día siguiente saldría de aquella casa y comenzaría a quitarse las redes que ya empezaban a ahogarla. Esta determinación la ayudó a conciliarse consigo misma y también con la persona con la que compartía cama, hasta el punto de que se dio media vuelta y le abrazó mientras su boca se posaba en la suya con un dulce « Buenas noches » que, desgraciadamente, le sonó amargo.

Él la acogió entre sus brazos y la acunó hasta que los temores de Elvira comenzaron a escapar por su boca entreabierta con un ritmo suave y pausado. Se había quedado dormida.


1 comentario:

Sole Miranda dijo...

Como siempre María, mi mariquilla..MUY LINDO todo lo que creas...Una suerte leerte, no lo dejes! Un beso