Durmiendo en una ciudad extraña,
con un extraño, en una casa enorme cuya historia no necesitaba
conocer... pero conocía. A Elvira siempre se le iban las cosas de
las manos. Su psicóloga había tratado de ayudarle a superar sus
problemas con una palabra que todo el mundo utiliza sin conciencia de
su importancia pero que ella era incapaz de pronunciar : « NO ».
- « Evidentemente
no lo logró », se lamentó la joven.
De
larga y ondulada cabellera rojiza y tez clara, Elvira era considerada
una mujer actractiva. Aveces, incluso más de lo que ella desearía.
Cuando caminaba por la calle podía sentir cómo las miradas
hambrientas se posaban en sus miembros, sobre todo en los más
protuberantes. Aquellos ojos ávidos no solían alterar sus pasos
pero eso sí, Elvira no consentía las faltas de respeto y, para
ella, cualquier interpelación lo era. Resultaba curioso contemplar
la fuerza que era capaz de canalizar para responder a los
« cumplidos » de los sempiternos obreros, mientras que se
comportaba como una gata acorralada cuando cualquier conocido le
ponía en el trance de tener que decir : NO.
Una
educación basada en la cultura y en la preocupación por el otro la
habían convertido en una mujer ilustrada, pero con profundos y
serios conflictos internos. Por un lado, disponía de todas las armas
necesarias para salir a la lucha diaria ataviada con el disfraz de
una mujer liberada, inteligente e independiente. (Nunca pensó que
este « traje » pesara tanto). Sin embargo, por otro lado,
se dejaba convencer constantemente incluso por encima de sus propios
deseos.
Con
los hombres había vivido toda clase de situaciones relacionadas con
« su problema ». Noches de alcohol y soledad en la que,
invitablemente, trataba de apresar la vida enroscada en el cuerpo de
alguien, de cualquiera. Noches de melancolía en las que era incapaz
de negarse al abrazo de ese eterno ex-marido irresponsable, inmaduro,
interesado e irresistible.
- « Bueno,
el caso de Martín es especial », se justificaba Evira. « Él
conoce mi debilidad y es eso lo que le hace único ».
Elvira
pensaba en todo esto mientras su acompañante de las tres últimas
noches se afanaba en encontrar « esa maldita caja de condones
que tenía (seguro) guardada en alguna parte ». Por un
instante, sus grandes ojos verdes se giraron para analizar el cuerpo
desnudo solo entrevisto por la tenue luz de las farolas que
atravesaba la ventana aquella noche.
- « No
está mal. Culo prieto, barriga plana, brazos fuertes (sin caer en
la vulgaridad del gimnasio)... un siete », se pronunció tras
el examen ocular.
No
le preocupaba lo más mínimo si el tipo era capaz de encontrar los
preservativos o no porque sabía que, de todas formas, iba a acabar
accediendo a sus deseos de penetrarla « a pelo ». Pero
eso él lo desconocía así que continuaba balbuceando el eterno
monólogo que tantas veces Elvira había tenido que escuchar :
« Estoy seguro de que tenía una caja aquí mismo... ha tenido
que ser mi hijo, está en la edad y tengo que andar siempre
escondiéndolos ».
Elvira
quiso detener la ridícula perorata con un beso, pero aquel hombre
parecía realmente turbado. No era muy común para ella y, la verdad,
tampoco estaba muy segura de preferir ese posible alivio ya que ahora
se veía abocada a tener que intervenir, a decidir si la noche se
decantaba entre el SÍ y el NO. Viniendo de Elvira, la respuesta
parecía evidente, aunque no por ello más sencilla. Ella no quería
que él pensara que era « de ese tipo de mujeres » que lo
hacen sin condón. La verdad es que si nos ateníamos a los hechos lo
era, con matices, pero lo había sido muchas veces... demasiadas.
Él
regresó a su lado y, para entonces, la líbido de Elvira ya había
naufragado en los inmensos mares de su mente. Él tampoco parecía
muy interesado en retomar la conquista pues se derrumbó junto a ella
sin rastro de decepción en sus ojos y comenzó a acariciarla
inocentemente. Ella correspondió con una sonrisa de la que colgaban
una pizca de sorpresa y un manojo de curiosidad.
Después
de tres días de citas superfluas que invariablemente acababan en la
cama, había llegado el momento de « la conversación »,
de indagar al otro, de mostrar las cartas. « No tengo jugada
aún » comenzó a angustiarse Elvira. « De hecho, no
tengo ni un solo As en la manga ». Estaba completamente
desprotegida, desnuda... y esa sensación empezó a paralizarla.
Él
continuaba mirándola fijamente (Elvira odiaba cuando la gente la
contemplaba de esta manera porque nunca sabía qué cara poner) y,
tras un profudo suspiro, le dijo : « Eres la mujer más
linda que he visto en mi vida ». Elvira quedó muda, quieta y
fría. No quería responder (de hecho, no se le ocurría nada que
contestar a eso) pero sabía que no podía permanecer mucho tiempo
más en silencio...
- « Eres
un encanto », alcanzó a decir justo un segundo antes de que
aquel silencio los enterrara a los dos.
Él
recibió el cumplido con una sonrisa que Elvira no supo interpretar.
« ¿Estará defraudado ? ¿Habrá entendido que eso es lo
único que puedo decirle ?... » No estaba muy segura de
haber reaccionado correctamente, pero estaba demasiado cansada y
angustiada como para pensar en todo eso. Así que decidió que
aquella sería la última noche. Al día siguiente saldría de
aquella casa y comenzaría a quitarse las redes que ya empezaban a
ahogarla. Esta determinación la ayudó a conciliarse consigo misma y
también con la persona con la que compartía cama, hasta el punto de
que se dio media vuelta y le abrazó mientras su boca se posaba en la
suya con un dulce « Buenas noches » que,
desgraciadamente, le sonó amargo.
Él
la acogió entre sus brazos y la acunó hasta que los temores de
Elvira comenzaron a escapar por su boca entreabierta con un ritmo
suave y pausado. Se había quedado dormida.
1 comentario:
Como siempre María, mi mariquilla..MUY LINDO todo lo que creas...Una suerte leerte, no lo dejes! Un beso
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