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29 ene 2013

« LA ALMONEDA »


La alarma que señalaba el final de la clase lo trajo de nuevo a la realidad. Por fin había terminado la jornada en la academia y ahora podría salir a despejarse, a tomarse unas cervezas y a reírse un rato con los amigos. Tan metido en sus ensoñaciones estaba que no había percibido al inspector Fuentes quien le esperaba junto a la puerta de salida de la escuela. Pero él ya lo tenía en su mira. Tiró la exigua colilla al suelo y se le puso delante con dos zancadas sorprendentemente rápidas para alguien de su talla. Al sobrecogimiento del joven cuando lo vio aparecer de sopetón, el inspector respondió con su sonrisa más honorable y con una palmeteada en la espalda y un afectado gesto paternalista. « Adiós a las cervezas », no pudo impedir pensar el joven cadete.

– « Vamos chico que hoy te estrenas… Nos han llamado los primeros. Se trata de algo sencillito : un viejito encontrado en su casa por la vecina »

Sin más argumentos, el inspector Fuentes le abrió la puerta de su mal camuflado “coche patrulla de incógnito” y le llevó hasta la dirección indicada en la manoseada agenda del que había sido su tutor directo durante sus primeras prácticas en el cuerpo.

La casa parecía estar desierta, sin rastro de vida dentro. En los alrededores ni un alma… no, espera: veía alguien moverse tras los visillos de la casa de la esquina. La vecina, aún con el susto metido en el cuerpo, vaciló al abrir la ventana y se limitó a señalar hacia la puerta de la casa del fallecido. « Prefiero no verlo, si no les molesta…», balbuceó un poco avergonzada desde el alféizar.  « No se preocupe señora que nosotros nos ocupamos de todo. Usted quédese tranquila en casa que nadie va a ir a importunarla », contestó el agente Fuentes con la misma sonrisa empalagosa de antes. No recordaba haber visto nunca tan contento al inspector Fuentes, ni tan meloso … « Se debe estar haciendo mayor », pensó el joven.

Con paso animoso se acercó el veterano agente hasta la entrada y, sin ningún esfuerzo, giró el pomo de la puerta que resultó estar abierta y sin signos de haber sido forzada. Una vez dentro, el inspector buscó con mirada experta el lugar donde el inquilino (un hombre mayor solo por el aspecto del lugar) solía dejar las llaves cuando estaba en casa. Junto al dintel, un clavito resplandeciente le dio la respuesta. Con gesto seguro, el agente Fuentes agarró el manojo y sin titubear tomó la llave correspondiente y cerró cuidadosamente todos los cerrojos tras de sí.

– « Bueno chico, no tenemos mucho tiempo así que…»

El chaval se puso en movimiento como un resorte. « El cuerpo debe estar arriba » se dijo y se aprestó a subir las escaleras. Sin embargo, el rollizo brazo de su compañero se interpuso en su camino.

– « No chico, primero lo primero. Ahora vas a conocer lo bueno de este jodido trabajo…»
Y acto seguido el veterano agente, tutor de cadetes, formador de futuros investigadores del país, comenzó a abrir los cajones de todos los muebles de la habitación y a hurgar en todos los rincones de la casa.
El joven lo observaba en silencio, aún sin comprender. Ese no es el procedimiento que le enseñaban en la academia : primero el cuerpo, después el análisis de la escena y la búsqueda de pruebas…
– « Acá está, ¡yo sabía que este viejo iba a alegrarnos el día chaval ! »
El joven se acercó hasta la cómoda donde se agitaba su compañero y lo encontró radiante admirando un broche de oro y alguna piedra preciosa que el cadete desconocía.

– « Eso descarta el robo… » respondió aleccionado.
– « En absoluto joven, esto más bien lo confirma »
– « Pero no parece que nadie se haya llevado nada. No hay nada revuelto…»
– « Mira niñato, a ver si espabilas rápido que no tenemos todo el día. Esto que ves aquí y todo lo demás que encontremos y me interese va a acabar acá – mientras le muestra una bolsa de deporte con las siglas de la institución– y en el informe diremos que nunca vimos estos objetos ¿Comprendes ahora ? »

El joven miraba aún el broche con la boca abierta y con una media sonrisa congelada en el gesto.

–« Comprendo… pero, ¿y los de investigaciones ? Si es un robo tenemos que avisarles y yo no quiero líos. Todavía me queda un semestre en la academia y…»

Una sonora carcajada interrumpió su torrente piadoso.
– « Tranquilo muchacho, cuando ellos lleguen se llevarán el resto de cosas y aquí nadie ha visto nada. Hazme caso… o ¿cómo crees que nos hacemos el plan de pensiones los policías ? ¿Velando por la ley y el orden ? No hijo no »
– « ¿Pero qué va a decir la familia cuando vea que no están sus objetos de valor ? »
– « Se lo achacarán a la delincuencia descontrolada que sufre este país y además reforzarán sus creencias en la necesaria labor de nuestra institución ¡todos ganan !
Pero basta ya de cháchara. Esto va a pasar te guste o no y además... que el baile no ha hecho más que comenzar »

Las expertas manos del inspector Fuentes recorrieron todos los rincones y posibles escondites del salón y la entrada. Ultrajando cada gaveta, armario y vitrina; fisgando entre los libros de las estanterías; profanando y arrebatando a pedazos la pureza de aquella casa inerte; su pulcritud y orden inmaculados, su reposo de carcasa vacía donde ya no vive nadie.
El cadete seguía con la vista el gesto experto y los nervios a prueba de escrúpulos judeocristianos de su “mentor”, pero no se atrevió a emitir ninguna queja. Sólo fue capaz de esconderse tras un : « Yo me quedo cerca de la ventana para vigilar que no llegue nadie ».

– « Como prefieras, pero la regla es que cada uno se queda con lo que encuentra... Así que si quieres peces, tendrás que mojarte el culo »
– « No gracias, de verdad que no quiero nada »
– « Está bien, no insistiré... aunque imagino que no tengo que recordarte como tratamos a los chivatos en el cuerpo »
– « No »
– « No, ¿qué? »
– « Que no tiene que recordármelo »
– « No tiene que recordármelo, ¿qué? »
– « No tiene que recordármelo... señor »
– « Mucho mejor. Hoy en día se está perdiendo el respeto a la jerarquía dentro de la academia y eso no es bueno. Cada cual en su sitio, ¿no es cierto? »
– « Si, señor »
– « Pues eso. Tú a tu ventana y yo a mis labores... »

El inspector, seguido por la mirada del cadete visiblemente incómodo, procedió a desvalijar el despacho del finado con fruición y pericia. Una vez terminado de reconocer todo el piso bajo, cocina incluida, el veterano agente de la ley se detuvo junto a la escalera, miró al joven y con una sonrisa ladina le escupió: “Cadete, ahora te toca trabajar un poco a ti. Sube a la habitación y toma acta del cuerpo. Yo mientras prepararé la escena para los siguientes ».
El joven subió muy despacio cada escalón, no por miedo a lo que pudiera encontrar arriba sino impedido por la nausea y el asco de ver a su “compañero” desordenando cojines, abriendo cajones y esparciendo su contenido por el suelo. Con los años, el cadete pudo comprobar que la memoria es traicioneramente selectiva: aquella imagen del inspector Fuentes se quedó para siempre grabada en su memoria; en cambio, nunca consiguió recordar las facciones de aquel viejecito encontrado muerto en su cama.

La habitación del finado, con las persianas aún entreabiertas, se encontraba a media luz. El olor de las sábanas sin estirar impregnaba una estancia por lo demás, muy poco habituada a encontrarse de esa guisa a esta hora de la mañana. El cuerpo yacía decúbito prono entre las almohadas, rígido, con los dedos de los pies extendidos y separados. Una sola prenda cubría su blanca desnudez: unos calzoncillos estilo boxeador, de rayas rojas y azules que se dirían recién estrenados. Éstos, a primeras luces, no encajaban con el perfil de la víctima: un viudo jubilado de 73 años sin más compañía que sus plantas y sus libros.

El joven cadete se percató en un parpadeo de que se había dejado llevar demasiado por los estereotipos que le susurraba su sentido común y que había obviado lo más importante de toda investigación: las pruebas. Y en aquella habitación se encontraban bastantes indicios como para desmantelar de un plumazo la tesis de que aquel hombre “murió de viejo”.

– « Señor, venga a ver esto... parece que el viejito no estaba solo », gritó el diligente muchacho desde lo alto de la escalera.
– « ¡¿Qué dices?! No inventes historias que no estamos para meternos en posibles homicidios ahora...» contestó el inspector desde la planta baja.
– « Bueno, yo no digo que lo hayan asesinado... pero que ese hombre ha pasado la noche acompañado es una evidencia »
– « Mejor déjame a mí que vosotros los aprendices veis siempre culpables por todas partes... ¡qué manía oye! Se creen Colombo, to’s los güeones.” – respondió Fuentes mientras cargaba pesadamente con su barriga en su ascenso al segundo piso.

Al entrar, el veterano paseó minuciosamente la mirada por la estancia en penumbra. Se detuvo en el cabecero del fallecido primero, y en el de su difunta esposa después. Una sonrisa lasciva se asomó de su boca grande y siempre dispuesta a la mofa.
– « Vaya vaya con el abuelito... – comentó de buen grado en voz alta pero como para sí– así que murió matando el caballero »
– « ¿Qué quiere decir con eso? ¿Cree que haya otro cadáver en la casa? Claro, ¡el de la amante! »
– « ¿Ves? Si es que no os enseñan nada más que porquerías en esa maldita academia... Mira a tu alrededor alma de cántaro. ¿Qué te cuenta la escena? »
– « Pues que este hombre pasó la noche con una mujer... »
– « Bueno, bueno... eso es mucho decir. Por las sábanas revueltas, la posición del cadáver y su atuendo, la ropa tirada en el suelo y el olor de la pieza, sospechamos que aquí hubo sexo. Si fue entre un hombre y una mujer... eso ya es harina de otro costal. »
– « ¿Habla usted en serio? Como... no, lo siento pero no puedo imaginarmelo».
– « Pues no lo hagas. Mejor atente a las pruebas » – reprendió el inspector, tan pronto en el rol de “maestro” como en el de voyeur sin miramientos, mientras avanzaba hasta la cabecera de la cama y recogía restos de cabellos « de un hombre o una mujer de pelo largo ligeramente ondulado ».
– « Mire, parece que el vaso de la mesita de noche está usado...– el joven aspiró ávidamente el contenido – y no precisamente con agua. Esto es whisky, creo »
–« Y quién lo iba a decir cuando llegamos, si ahora resulta que el viejito era un crápula... ¿y solo hay un vaso? », preguntó mientras penetraba en el baño contigo.
– « Sí, uno solo... aunque ahora que lo dice, hay dos marcas en la mesa. ¡Había dos vasos pero uno ha desaparecido! – dictaminó el joven cadete– Ahora empezará a creerme cuando le digo que este hombre no murió de muerte natural...», gritó excitado con su descubrimiento.

El inspector Fuentes entró como impulsado por un cohete en la habitación y con el semblante agrio respondió muy despacio a su subordinado: « Quédate calladito mejor, que estás más guapo Sherlock Holmes. Y ahora escucha un poco lo que te enseña la calle: Este hombre es viudo desde hace bastantes años y por el estilo de vida que llevaba, no se trata de ningún Don Juan. Seguramente el desgraciado hacía mucho que no la metía en caliente ¿No sé si me entiendes? »
El joven asintió con la cabeza humillado, a la vez por el vulgar comentario y por la pregunta.
« Lo sé porque el retrato de su esposa está guardado, pero todavía se puede ver la marca en el polvo del cristal; y por las dos pastillas de Viagra que faltan en el botecito del botiquín del baño; y por el vaso de whisky... Ese hombre se había preparando para el ring de las cuatro perillas, aunque no lo suficiente.»
– « ¿Qué quiere decir con eso? »
– « Que su corazón no aguantó el meneo y se fue corta’o »
– «¿Pero y su acompañante? ¿qué fue de ella... o de él? »
– « Bien muchacho, vas aprendiendo. Pues no estoy seguro... pero me da la impresión de que la persona hizo lo que cualquiera hubiera hecho en su situación: ¡quitarse el muerto de encima! »
El inspector soltó esta última perla acompañada de una sonora carcajada que tardó un rato en apagarse estando el veterano Fuentes tan divertido con su propia ocurrencia.

– « Así es que, según usted, señor – añadió aposta el cadete para cortar la hilaridad de su interlocutor– La persona que le acompañaba, al ver como su amante caía fulminado, salió huyendo... y lo dejó ahí tieso »
– « Exacto, ¡tieso! Jajajajajajajajajaja... ¿ves muchacho como ya te vas soltando? »
Una mueca de disgusto sirvió de respuesta a la pregunta retórica del inspector.
– « ¿Y qué pasa con el otro vaso? Si lo hizo desaparecer es porque esa persona tenía miedo a ser descubierta... ¿no le parece un comportamiento sospechoso? »
–« Y dale la cabra al monte... ¡pues claro que la persona no quería ser descubierta! Imagínatela contando la escenita a dos policías como nosotros: Pues verá, señor inspector, estábamos en pleno asunto cuando, de repente, el hombre se puso rígido y exhaló el que sería su último suspiro. Yo creía que acababa de irse...vamos, de correrse quiero decir y ¡resulta que se había ido para siempre! »
El inspector interrumpió su burda imitación porque no podía contener la risa.
– « Deje de mofarse, se lo ruego. El hombre está de cuerpo presente »
– « Bueno no te pongas tan grave muchacho, aunque no te falta razón: las bromas pueden esperar. Ahora vamos a lo nuestro que se nos hace tarde... Esto es lo que pasó y esto es lo que pondremos en el informe: El abuelo estaba cumpliendo uno de sus últimos deseos y había preparado la ocasión. Seguramente llamó a una profesional que se dejó hacer hasta que el cliente sufrió un infarto y se quedó tal cual. Su partenaire debió asustarse y partir tratando de no dejar “huellas”. De ahí el vaso que falta... »
– « Es factible »
– « Exacto... y es de sentido común también. Además, dile a tu conciencia que puede quedarse tranquila pues pediremos que el forense haga una autopsia del cuerpo para confirmar que el viejo falleció de un ataque al corazón. ¿De acuerdo? »
– « Sí, señor »
– « Yo sabía que tenías alma de sabueso.Voy a avisar a la comisaría. Nosotros ya hemos terminado aquí ».

El inspector salió de la estancia mientras pronunciaba esta última frase. Una vez en el salón, descuelga el teléfono fijo y marca.– « Buenos días. Le habla el inspector Fuentes. Estamos en el aviso de la esquina Almirantes con Buensuceso. Se trata de un hombre mayor... estaba en la cama. No hay signos de violencia. Parece un infarto aunque la casa está un poco revuelta. Se diría que han robado. Ajá, exacto... avisa al teniente Contreras de investigaciones. Gracias »

– « Listo chaval, ahora llegan los refuerzos »
– « Entonces, ¿podemos irnos? »
– «¿Pero adonde quieres ir alma cándida? ¡Si todavía falta lo mejor! »
– «¡Lo mejor dice! No entiendo... »
– « Ahora verás... Tú relájate cadete que estás muy verde »

Unos veinte minutos más tarde llegó la policía de investigaciones, con el teniente Contreras a la cabeza de dos hombres. El inspector saludó afectuosamente al nuevo orden al mando y se apartaron unos metros del resto. El cadete no pudo escuchar lo que decían pero sí ver cómo su mentor indicaba varios lugares a su interlocutor que le escuchaba con un brillo especial en los ojos. El teniente agradeció la atención con una palmada en la espalda del grasiento veterano y envió a sus hombres a “inspeccionar” la casa.

Tras el segundo expolio – esta vez desaparecieron varios cuadros y pequeños electrodomésticos que los solícitos agentes guardaban en maletines y cajas plásticas con las siglas de la institución– los seis hombres se reunieron en la habitación del muerto donde el inspector Fuentes tuvo el gran placer de explicarles su hipótesis. El forense llegó justo en el instante en que todos estallaban en carcajadas al imaginar la escena.
–« Bueno, parece que están risueñas hoy las niñitas... a ver si se ríen tanto cuando haya que meterlo en la caja »
–« No se enoje doctor es que la cosa tiene miga. De hecho estábamos todos esperándole para que nos diga si estamos en lo cierto... Hemos hecho apuestas, así que díganos. ¿De qué murió el abuelo, de viejo o de verde? »
El auditorio agradeció el ingenio del inspector Fuentes –cuyo humor negro todos conocían y aplaudían– al mismo tiempo que el forense se enfundaba unos guantes y procedía a examinar el cadáver. Al girar el cuerpo, la única prenda que cubría el escaso pellejo no fue suficiente para disimular el miembro rígido del finado. No cabía duda, la muerte lo sorprendió en la que sería su erección final... a los 73 años de edad.

– «Pues no sé quién será el ganador pero este hombre, a primera vista, murió de un infarto a causa del sobreesfuerzo...»
– «Del meneo y de las pastillas azulitas que se había tomado... », apuntilló Fuentes.
–« Bueno, todo eso saldrá con la autopsia... y bien, ¿quién es el que acertó? »
– «Pues todavía no nos lo ha dicho doctor. La apuesta no era sobre la causa de la muerte si no sobre el estado del caballero antes de morir... Vamos que si duerme el sueño eterno del guerrero»
El forense no parecía comprender lo que trataba de decirle Contreras.
–« Que si había logrado correrse o no antes de... ya sabe, porque a esa edad, con una erección como esa e irse corta’o pues ya es mala suerte, ¿no? ». Fuentes volvió a estremecer de risa a su público, incluso el forense se rió con todas sus ganas ante la ocurrencia de sus compañeros.

–« No importa – intervino el teniente consultando su reloj– Ya nos hemos reído bastante y eso podemos verlo más tarde. Ahora viene lo bueno... señores, ¡qué comience la subasta!”

El cadete hacía rato que no entendía lo que estaba pasando a su alrededor, hasta el punto de que las bromas ya no le afectaban. De hecho, incluso se había reído con la evidente protuberancia del anciano. Pero ahora estaba perdido. Todos sus compañeros se desplazaron hasta el salón y él los siguió expectante. En un ambiente bastante distendido el teniente descolgó el teléfono y llamó al primer número de una lista que llevaba escrita en un papel raído que había estado guardado en el bolsillo interno de su chaqueta.

–« Buenos días, aquí el teniente Contreras. Tenemos un fiambre entre Avda. Almirantes y Buensuceso... – silencio
El teniente rectificó a su interlocutor: « No, esa tarifa no está lo suficientemente ajustada... La institución tiene que velar por... »– al otro lado del aparato se afanaban por convencer al oficial.
– «Bueno, veremos... Le vuelvo a llamar »
La mano del teniente se posó sobre el botón para colgar y, acto seguido, volvió a marcar un número de su lista.

La conversación se repitió hasta cuatro veces hasta que el teniente anunció «¡Señores, ya tenemos al mejor postor ».
Mientras llegaba la funeraria, se dedicaron a los últimos saqueos –el forense aún no había elegido nada– y se consensuaron los informes que serían firmados, tratados y archivados aquel mismo día. La “versión oficial”, en boca del inspector Fuentes, quedó como tal: «El viejito estaba con una mujer –el cadete sospechaba de la vecina pero prefirió no decir nada para que no la complicaran en lo del robo y, de paso, que no se le complicara a él la conciencia– seguramente una prostituta (“¿quién querría acostarse con semejante vejestorio si no?”) que al ver que su cliente se desvanecía, le desvalijó la casa con la ayuda de su chulo y se fue zumbando ».

Al llegar “los de los muertos”, se procedió a levantar el cuerpo y se dictaminó la defunción. Acto seguido, el teniente cerró el trato con el depositario del difunto y esperó con el fajo de 500 en el bolsillo de su impecable uniforme a que salieran los operarios de la morgue. En el salón de la casa: el inspector Fuentes, el cadete, el teniente Contreras, los dos agentes de investigaciones y el forense. Seis personas y 500 billetes.
El teniente avanza un paso hasta ponerse frente a sus colegas y, uno por uno, les estrecha la mano mientras los llama por su apellido y repite satisfecho: « Buen trabajo ». El cadete, último en ser saludado, se dispone a cuadrarse y a recibir el comentario dignamente. Pero el teniente sigue de largo y se prepara para partir. La cara desencajada del cadete y su estupefacción en absoluto disimulada no pasan desapercibidas para el auditorio que, discretamente, mira para otro lado. El teniente detiene durante unos segundos la vista en el joven aspirante a policía y no reprime su mueca burlesca. « ¿Qué le pasa cadete? ¿Se siente mal? Le pica la conciencia o el bolsillo, dígame... »
El cadete, avergonzado baja la cabeza sin saber qué responder.
« Porque tengo entendido que usted ha puesto reparos a la hora de colaborar en la investigación... así que entiendo que no ha aportado lo suficiente como para ser reconocido de la misma manera que el resto. Además, de que así salían las cuentas justas... ¿Tiene algo que objetar cadete? » – el teniente puso especial énfasis en la pronunciación de esta última palabra.

El joven lanzó una mirada de odio contenido al inspector Fuentes y masticó un « Nada, señor» cargado de desprecio hacia el que le había “secuestrado” de la academia esta mañana y le había podrido la vocación de por vida.
– « Bueno Contreras, tampoco hay que ser tan duro con el chico... Es su primera vez y todavía se cree el cuento de Robocop. Mira chaval, yo te traje conmigo hoy y yo respondo por ti » –Las regordetas manos del veterano agente se disputaban con algo en el interior de su cartera–. «Toma – añadió tendiendo un billete de 50 delante del joven –  digamos que son tus dietas por la práctica de hoy. Tu primer salario como agente de policía».

El cadete, viéndose implicado de todas formas en el turbio asunto de los “objetos desaparecidos”, tiró molesto del billete y lo arrugó dentro de su mano. No quiso ni pudo mantener la mirada ante los ojos fijos del inspector.
« Mejor que mejor –intervino el teniente Contreras quien ya agarraba el pomo de la puerta de entrada dispuesto a atraversarla– así se puede decir que estamos en esto todos... por igual ». El tono se escuchó amable y amenazador al tiempo.

El salón se quedó vacío. El inspector esperaba junto a la puerta y, cuando al fin tuvo al cadete al alcance de la mano, le tomó amistosamente el brazo y le anunció relajadamente : « Se acabó la jornada por hoy. No se ha dado nada mal el día, ¿eh? Vamos a tomarnos unas cervezas para celebrarlo... desde esta mañana que sueño con una jarrita fresquita. ¿Qué? No te vas a mariconear ahora...»
El cadete se resigna y asume que, en realidad, la jornada no ha acabado para él... no hasta que el inspector Fuentes lo decida.
– « ¡Venga que invito yo!... o mejor, invitas tú que acabas de cobrar. Jajajajajaja ».

Ya habían salido de la casa y se encaminaban, como si de dos camaradas se tratara, al bar más cercano, justo del otro lado de la calle. Al atravesar y pasar por delante de la casa de la vecina, el joven no pudo reprimir el instinto y se detuvo delante del contenedor de basura. Sin pensarlo dos veces, lo abrió y rápidamente identifico una bolsa de basura de 50 litros casi vacía... Dentro, unas medias negras, una falda, unas bragas, un sujetador, una camisa roja, un vaso y un papel arrugado. Agarró la nota, cerró de nuevo la bolsa, la acomodó al fondo del cubo y dejó caer la tapa. « Buen trabajo cadete Morales» se felicitó el joven y siguió los pasos de su compañero que ya le esperaba en la taberna frente a una Pilsen helada.


1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha encantado la historia y los personajes. Gracias por un excelente rato de buena lectura.